Por Javier Lamónica (1)
Una lectura de “Más crianza, menos terapia” de Luciano Lutereau (2)
Desde chico tengo una costumbre misteriosa. Tal vez sea una ansiedad no diagnosticada; me gusta pensar que se acerca más a un deseo voraz, “comerme los libros”. Decía que se trata de una conducta sin explicación alguna, aunque a lo largo de los años pude comprobar que era una acción compartida por otros lectores: arrancar la lectura por el final. Diría más bien que es un pispeo, una pasada rápida, un spoiler tímido practicado contra mí mismo. Lo cierto es que casi nunca recuerdo lo que leo (del final) al principio y, en la mayoría de los casos, no pone en riesgo el sentido argumental de la trama.
Compré Más crianza, menos terapia (2018), como compro casi todos los trabajos de Luciano. En cuanto vi la tapa en la vidriera me abalancé sobre el vendedor: “uno de esos”, pedí, “sin señalador ni bolsita; es para mí”. Cuando llegué a casa lo saqué de la mochila y me adelanté a la página 214:
En términos generales, suelo plantear que antes de iniciar un tratamiento con un niño es preciso agotar otras posibilidades porque en psicoanálisis, “lo que sobra, daña”, o bien verificar que el padecimiento tiene una estructura sintomática típica que requiere de una intervención específica. Para mí es un principio fundamental que la terapia no haga el trabajo que le toca a la vida.
En tiempos de la psicopatologización de la infancia, ciertos recaudos se vuelven indispensables para no confirmar la destitución parental que, eventualmente, hace que los padres confíen más en un terapeuta que en sus propios criterios para criar a un niño.
Como padre, docente y director de escuela, la propuesta me resultó interesante desde la última hoja. Advertía de algo que me preocupa como profesional encargado de acompañar la trayectoria educativa y formativa de niños y jóvenes: perder nuestro lugar. Fue encantador encontrar, una vez iniciada la lectura de modo correcto, que el texto no sólo me interpelaba como adulto, sino que también me permitía pensar mi infancia y mi lugar de hijo.
De cualquier modo, tengo que confesar que lo que más me intrigaba era comprobar si mi lectura del título correspondía con lo que el autor quería decir. Sospechaba que no se trataba de “menos terapia”, mucho menos de una invitación a “autoayudarnos”. Lo bueno de conocer a lo autores detrás del papel es que podemos poner en jaque nuestras expectativas con un riesgo bajo de salir decepcionados:
Nada de esto, porque si elegí este título es para invertir este tipo de lectura, en el que de manera positiva -como si se tratara de una suma, un paso detrás de otro- se proponen escalones para un bienestar que no es más que una fantasía. Es la paradoja de la sociedad en que vivimos, en el que cada uno busca su verdadero yo (singular y original), pero terminamos siendo todos más o menos parecidos (consumidores con más o menos espiritualidad) (pág. 18).
Lejos de pretender una interpretación rápida, el título nos convida un juego de palabras que es desanudado por Lutereau en las primeras páginas: no se va a tratar de un conjunto de recetas más o menos bien organizadas que nos permita criar mejor a nuestros hijos, sino de un llamado a problematizar la crianza no sólo desde una posición profesional, sino también desde el lugar de padre, es decir, abandonando por momentos el lugar de experto para evitar la posible disyunción entre ambos procesos: la crianza y la terapia. Veremos a lo largo de las páginas que no es cuestión de hallar soluciones sino “(…) plantear preguntas que nos permitan ser los padres que podemos y queremos ser, y no ideales imaginarios que nos hagan creer que podemos jugar a ser padres” (pag. 15).
Podríamos decir entonces que se trata de las dos cosas, “menos terapia” y, sobre todo, “más crianza”, no desde un lugar de déficit (hay poca crianza) que podría sugerir un primer golpe de vista, sino para evitar el desplazamiento de lo normal (que no deja de implicar angustia) a lo patológico (que se trata por vía terapéutica), es decir, evitar hacer con los padres lo que en ocasiones hacemos con los hijos: convertir conflictos propios de la evolución psíquica del sujeto en síntomas para un diagnóstico temprano. Para llevar a cabo este trabajo, Luciano pone en juego su posición de analista, la práctica clínica, y su experiencia como padre. En definitiva, va a sentarse con nosotros para “(…) pensar nuevos dispositivos y formas de encuentro con quienes quieren estar mejor. No porque estén mal, no para no estar mal, sino porque es posible estar mejor” (pág. 21).
Es factible que cuando usted lea este libro imagine otros títulos posibles. Yo mismo pensé una docena de variantes en función de la temática que aborda cada capítulo y el momento en que me acercaba a su lectura. Desde mi lugar de educador, mas palabras menos sanciones, me permitió entender algunas de las problemáticas sobre las cuales reflexiona el texto. No es casual que el primer capítulo proponga que la infancia es un “modo de hablar”. Veremos a lo largo de las páginas que “la escucha” es, no solo un modo de interpelarnos como adultos, sino también un medio para acercarnos a nuestros hijos y alumnos. No se trata de dejarles decir lo que quieran, sino de estar dispuestos a escuchar para atender a su crecimiento. En este punto es posible destacar otro elemento central del texto: el valor del juego. Advierte el autor acerca de su importancia como “modo de hablar”, es decir como acto a través del cual el niño nos dirige sus preguntas:
El juego nunca es lo que parece. Al menos, hay cierto aspecto que desafía la intuición. Por lo general cuando creemos -cuando se nos presenta como evidente- que un niño juega, ahí no está pasando gran cosa. Y, por el contrario, es en ciertos márgenes casi imperceptibles donde cobra mayor relevancia la actividad lúdica.
Si bien es un aspecto que ya fue abordado por Lutereau en otros trabajos -ver “Los usos del juego” (2013)- es retomado aquí de un modo que nos permite entender como a través de estas acciones el niño da cuenta de su desarrollo, al punto de que el juego sigue su mismo proceso de diferenciación: “Del lazo íntimo con el otro a la individualidad y, de ahí, al vínculo con los demás” (pág. 202). En este sentido, encontré en el libro un llamado a recuperar la experiencia lúdica como “brújula” para encontrarnos con nuestros hijos y como indicador para saber en que instancia evolutiva se hallan.
Si de hablar se trata, “los miedos” es otro de los asuntos abordados en profundidad a lo largo de la trama. Todos los que trabajamos y vivimos con niños, sabemos que de algún modo u otro tendremos que lidiar con ellos en algún momento de su desarrollo; y tal vez por esa misma razón hallaremos aquí un punto de encuentro entre los lectores; no sólo porque su tratamiento nos permite entender su valor evolutivo, sino porque a partir de allí, evitaremos caer en simplificaciones que hagan descuidar uno los aspectos centrales en el crecimiento de nuestros hijos.
En la segunda parte del libro, el autor se mete con nosotros, y es posible que aquí, al igual que yo, se sientan angustiados. Del destete al control de esfínteres, y de allí al complejo de Edipo (esta vez creo que lo entendí), Luciano analiza, con paciencia y claridad, las diferentes etapas que estos procesos tienen en la constitución del niño como sujeto. Sin recetas, ni tips para la crianza, analiza algunos de los conceptos centrales de la teoría psicoanalítica, a partir de casos o experiencias clínicas que nos permiten comprender de manera llana, lo que en ocasiones se nos presenta como inaccesible.
Leí el tercer capítulo cuatro veces. No porque no lo haya entendido, sino porque cada sección me permitía analizar aspectos de la crianza en la vida cotidiana: No se quiere dormir; Se mete el dedo en la nariz; No se quiere bañar; No suelta la play; No acepta los límites; Niños tristes… Sólo dejando los títulos ya los estaría tentando. Déjenme agregar, que cada uno nos permite problematizar aspectos de nuestra vida diaria desde una perspectiva que se aleja del “saber hacer” y nos propone, en cambio, una alternativa de diálogo. Como señalé al principio, lejos de pretender que a partir de la lectura encontremos soluciones para encarar la crianza, se trata de dar algunas orientaciones sobre ciertos aspectos de la misma que nos permitan identificar cuándo se trata de conductas normales y cuándo es motivo de consulta.
Volvamos ahora a mas palabras menos sanciones, porque el capítulo cuatro habla de la escuela, o, mejor dicho, de la relación con el otro que se establece dentro del ámbito escolar, y como este vínculo instituye una mediación para que se desarrolle el conocimiento:
(…) es imposible que un niño “se siente y estudie”, y “se ponga las pilas” u otras aplicaciones normativas, si no se tiene en cuenta que en la mentada institución, el saber se encuentra dosificado por la autoriadad de la calificación; y esta última impone un saldo en relación con la autoestima y la nominación que se recibe de ese otro que es el docente (pág. 169).
Lutereau dice algo que todos los que habitamos la escuela sabemos pero muchas veces olvidamos: es imposible que un niño pueda iniciar y transitar su escolaridad sin situar al docente en ese lugar de referencia que inviste el saber con la ternura del reconocimiento, “(…) es sólo por ese amor que el niño renuncia a su curiosidad espontánea para adquirir conocimientos curriculares. Es que como ya nos enseñó Pennac en Mal de escuela (2008), ese hermoso libro dedicado a los malos estudiantes, al fin y al cabo, sólo se trata de amor:
(…) sólo se que los tres estaban poseídos por la pasión comunicativa de su materia. Armados con esa pasión, vinieron a buscarme al fondo de su desaliento y sólo me soltaron una vez que tuve ambos pies sólidamente puestos en sus clases, que resultaron ser la antecámara de mi vida. No es que se interesaran por mí más que por los otros, no, tomaban en consideración tanto a sus buenos como a sus malos alumnos, y sabían reanimar en ellos el deseo de comprender. Acompañaban paso a paso nuestros esfuerzos, se alegraban de nuestros progresos, no se impacientaban por nuestras lentitudes, nunca consideraban nuestros fracasos como una injuria personal y se mostraban con nosotros de una exigencia tanto más rigurosa cuanto estaba basada en la calidad, la constancia y la generosidad de su propio trabajo.
Tal vez sea posible, apoyándonos en estas lecturas, dejar de pensar el conflicto como patología. Quienes entendemos la enseñanza no sólo como una profesión sino también como un modo de posicionarse política y éticamente, podemos encontrar en el afán clasificatorio con el que en ocasiones se busca diagnosticar cada uno de los problemas que atraviesa la tarea de educar, una incapacidad para hacerse cargo de las implicancia que la propia actividad conlleva. En este marco, no es extraño escuchar que con los chicos de hoy “no se puede”. Con este tipo de expresiones se hace visible un desplazamiento en las cesión de saber sobre la crianza-educación de los hijos-alumnos hacia otro tipo de profesiones e instituciones (Ragonesi, 2018), que deviene en padres-docentes desautorizados parta ejercer su función.
Coherente con lo que contamos hasta aquí, el último capítulo refuerza la idea de que no es cuestión de Decir qué hacer, sino de poner a la formación y a la experiencia recogida al servicio del otro. En tiempos en que el lazo social está en peligro de extinción, Luciano Lutereau nos tiende una mano y nos invita a recorrer un camino de encuentros. Hallarán en este libro una oportunidad de diálogo con ustedes y con otros, un oasis, una caricia perdida.
Bibliografía
Lutereau, L. (2018) Más crianza, menos terapia. Ser padres en el siglo XXI. Buenos Aires: Paidós.
Lutereau, L. (2013) Los usos del juego. Estética y clínica. Buenos Aires: Letra Viva.
Lutereau, L. (2012) La caricia perdida. Cinco meditaciones sobre la experiencia sensible. Buenos Aires: Letra Viva.
Pennac, M. (2008) Mal de escuela. Barcelona: Mondadori.
Ragonesi, S. (2018) ¿Es bullying? Algunas reflexiones sobre los límites desde el psicoanálisis. En Revista Deceducando. Número 4. Julio 2018. Disponible en https://deceducando.org/2018/07/09/es-bullying-algunas-reflexiones-sobre-los-limites-desde-el-psicoanalisis/.
(1) Javier Lamónica es Profesor de Historia (UBA), Diplomado Superior en Currículum y Prácticas Escolares en Contexto (FLACSO) y Especialista en Gestión Educativa por la Universidad de San Andrés, donde se desempeña como asistente de investigación. Integró la Red de Investigadores sobre los Vínculos en la Escuela (Observatorio Argentino de Violencia en las escuelas), dependiente del Ministerio de Educación de la Nación. Ha participado, como expositor, de diferentes seminarios y congresos pedagógicos y ha publicado artículos en prestigiosas publicaciones y libros. Se desempeña como Presidente de la Cooperativa de Trabajo Nuevo Guido Spano, donde también cumple funciones como Rector. Realiza evaluaciones como consultor externo en temáticas referidas a la violencia entre pares.
(2) Luciano Lutereau es psicoanalista. Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde trabaja como docente e investigador en la Facultad de Psicología y en la Facultad de Filosofía y Letras. Magister en Psicoanálisis y Especialista en Psicología Clínica por la misma universidad. También es docente en tres materias en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), donde además coordina la Licenciatura en Filosofía. Dirige la revista de psicoanálisis y filosofía Verba Volant e integra el comité de redacción de prestigiosas publicaciones. Dicta de manera regular cursos de posgrado en distintas universidades del país y del exterior. Es autor de diversos libros, entre ellos, Histeria y obsesión. Introducción a la clínica de las neurosis (2013), Ya no hay hombres. Ensayo sobre la destitución masculina (2016) y Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres (2017). Artículos suyos han sido traducidos al inglés, francés y portugués.