
Por Javier Lamónica
Un paseo por la quebrada
Salimos de Salta Capital a las seis de la mañana, bien temprano, porque queríamos pasar por La Caldera y recorrer los diques, un hermoso camino de cornisa que continúa la Ruta Nacional Nº 9 hacia el norte, y que separa a “La linda” de la provincia de Jujuy. Llegando a Vaqueros nos sorprendió un amanecer que nos distrajo una hora larga y nos obligó a gastarnos la reserva de agua caliente que guardábamos para el resto del viaje.

A medida que subíamos, cada curva abría una puerta diferente que nos iba introduciendo de a poco en un espeso bosque de Yungas. No son más de cincuenta kilómetros, pero nos llevó casi dos horas subir y bajar la cuesta, que no iba a ser la única de ese día. Llegamos a Purmamarca antes de las diez, y como todavía era temprano decidimos desviarnos para conocer las Salinas Grandes. La mayoría de los viajeros hacían el camino inverso, desde San Antonio de los Cobres, al desierto blanco y de ahí al Cerro de los Siete Colores; lo que nos permitió subir la Cuesta de Lipán casi en soledad; eso sí, con la boca seca, no nos había quedado agua ni para medio mate. En el salar nos recibió Florencio, un baqueano colla que además de contarnos en detalle las características de ese extraordinario lugar que ya cuidaban sus ancestros, nos permitió conocer su comunidad, ubicada a sólo unos kilómetros del centro de visitantes. De vuelta para la Quebrada, apuramos la marcha para poder pasar por Maimará y conocer su particular cementerio, desde donde se pueden apreciar los inexplicables colores de “Las paletas del pintor”.

Llegamos a Tilcara alrededor de las trece. Dejamos el auto cerca de la estación y nos dirigimos a la Escuela Normal Superior Dr. Eduardo Casanova, donde nos esperaba su Vicedirector, Rafael Enrique Soriano. Antes de hablar con él dimos un vuelta por la institución acompañados por Nadia, alumna nuestra en Buenos Aires y tilcareña por adopción desde hace algunos años. Como un inmenso escenario, el patio se rodeaba de montañas. Mientras lo caminábamos, un viento cálido llevaba el polvo de un lado al otro de las galerías en donde se emplazaban las aulas. La paredes intervenidas daban cuenta de un espacio conocido pero diferente. De fondo sonaba un reguetón, y más acá, el ritual a la madre tierra florecía a nuestros piés. “Claro que no todos los chicos y chicas valoran nuestro patrimonio cultural”, nos dijo Rafael un rato después, “como en todos lados, acá también tenemos que trabajar mucho para recuperar nuestra herencia”.

Fundada en 1974, la escuela Dr. Eduardo Casanova alberga a alrededor de quinientos estudiantes. Hasta 1993 funcionó como escuela normal con los tres niveles de enseñanza; pero desde entonces sólo cuenta con nivel secundario. Las otras opciones dentro de Tilcara son la Escuela Nº 49, nacida de una idea del Ministerio de la provincia para formar y dar certificación a personas que hacían música pero no tenían título habilitante, y el bachillerato nocturno. Cuando le preguntamos sobre la composición de la población estudiantil nos describió un escenario heterogéneo;
“Los alumnos y alumnas provienen de distintos tipos de familias. Están lo que vienen de los valles, son chicos que se radican acá pero cuyas familias provienen del campo. Después encontramos a los tilcareños, que son los nacidos aquí. También hay una población que era de la mina, y que tras su cierre vino a comprar y a asentarse en Tilcara. Finalmente los mal llamados foráneos, que vienen de la Patagonia, de Buenos Aires y de otros lugares del país. Cada uno de ellos trae sus costumbres y sus creencias. Conviven aspectos conservadores, de rectitud y respeto; y otros más liberales, de los nuevos momentos que estamos viviendo, que nos obligan a abrir la cabeza.”
¿Y los docentes?, quise saber,
“Somos más de ciento veinte trabajadores. La mayoría se forma en el instituto Tello de San Salvador de Jujuy, que es el IES Nº 5. Como los Institutos de Enseñanza Superior se crearon en 1993 y 1994 recién comienzan a egresar los primeros maestros y profesores formados en la Quebrada y en la Puna. Antes de eso todos teníamos que estudiar en la Capital”.

Mientras conversábamos, Rafael miraba el paisaje por la ventana de la oficina, como si quisiera mostrarnos algo. Entonces me asomé levemente y le dí pié;
“Qué querés que te cuente, Tilcara es un paraíso. Tiene el clima más hermoso de la quebrada, el sol siempre está presente y sopla un viento fuerte que a mí me encanta. Nací en San Salvador y mis ancestros son de Casabindo, un pueblo conocido por el toreo. Después anduve por varios lugares; en San Antonio, que tiene un clima más templado, y más tarde en Mina de Aguilar, en donde tampoco me pude acostumbrar. Finalmente me radiqué acá con la familia. Años más tarde salimos sorteados en un plan de viviendas en Jujuy y mi señora se fue para allá. Yo me quedé acá. Siempre estoy yendo y viniendo”.
Antes de irnos nos contó de algunos proyectos interesantes y de como los lineamientos impuestos por el ministerio terminaron diluyendo algunos talleres interesantes que se daban en el marco de las propuestas implementadas por los Centros de Actividades Juveniles (CAJ). Terminamos hablando de las mismas cosas que podría hablar con cualquier docente del país. Cuando salí me mostró la diferencia. “Uno nunca se termina de acostumbrar”, me explico, indicándome con su mano el Cerro Negro. “Yo salgo y veo esto, tu realidad está rodeada de edificios”.

Antes de irnos le dijo a Nadia que nos hiciera leer el poema de Choquevilca. Un rato más tarde me llegó su mensaje, y una aclaración: “No lo leas acá, esperá a llegar a tu casa”. Traté de hacerle caso pero me ganó la ansiedad. De cualquier modo entendí su mensaje, porque cada vez que lo leo vuelvo a la quebrada, a sus increíbles paisajes, a su silencio antiguo, a esa ventana, que es la suya, pero que hago mía en el recuerdo.
“Muchacha azul, princesa americana”
Y allá a lo lejos entre vos y el cielo la hidrográfica senda del huichayra pupila del ocaso interminable sueño indio sepulcro de la raza desde la noche oscura del incario hasta el alba naciente del mañana custodiaran el sol de tus umbrales los añascos cardones del pucara matriz del viento origen de la sombra ofertorio otoñal de las calandrias duerme la siesta del maíz fecundo sobre el tálamo gris de tus pisadas hasta que el hombre de la mano ruda abran en surcos la paz de tus entrañas abre tus brazos al rosal latino no levantes ni cercos ni murallas que tus mollares le den sombra y abrigo al criollo, al europeo y al aimara y que lleven tu nombre por el mundo muchacha azul, princesa americana cuando el verano te devuelva al rio y las noches se enciendan de guitarras un cortejo de grillos escondidos prenderán de tu nombre un pentagrama y desde el verde verán pasar nocturno junto al anfibio entonaran tu nombre Tilcara. Germán Walter “El Churchi” Choquevilca