Pablo Américo
Staff editorial

Por Pablo Américo

El anti-breakfast club

Título Original: Heathers

Título Castellano: Escuela de Jóvenes Asesinos

Estreno: 31 de marzo de 1989 (USA)

Director: Michael Lehmann

Guión: Daniel Waters

País de Origen: USA

Clasificación: M16

Duración: 103 minutos

Esta reseña es más un repaso de un género que la reseña sobre una película en particular. Quería hablar sobre el género “high school film” y pasé por diferentes posibles representantes. En un principio quería escribir sobre “Brick”, el film noir de Rian Johnson en el que un joven Joseph Gordon-Levitt investiga la desaparición de su ex-novia involucrándose en una pandilla narco dentro de un colegio secundario, todo manteniendo un aire a versión oscura de “High School Musical”. Pero “Brick” era un largometraje demasiado moderno y mi intención era hacer algo más retro, y en lo posible menos cargado que la película de la semana pasada (y las anteriores). Así es como, después de varias posibilidades, termine escogiendo “Heathers”, una de mis películas favoritas cuando era adolescente. Voy a dar menos claves de análisis y reflexión para esta película para en cambio pensar un poco la evolución del género “high school”. En parte, porque pienso que Heathers es la primera “película divertida” que recomiendo desde que comencé esta sección. Nos merecemos un respiro.

Las películas sobre secundarias norteamericanas parecen ramificarse a través de distintas vertientes. Su rama más mediocre y explotadora posiblemente sea aquella que reúne a las películas de amor adolescente, en tono cursi, que van desde clásicos sesentosos (“Splendor in the Grass”) a cosas como “Pretty in Pink” o “Flirting” (o incluso esas adaptaciones kitsch de novelas de John Green(1)). Casi paralelamente evolucionan los musicales en colegios secundarios, como “Fame” o “Grease” (o “Sing Street”). Está también el exitoso género de los dramas en colegios secundarios, que parece haberse apagado a principios de este siglo, representado esencialmente por “Dead Poets Society” (y espiritualmente también por “Good Will Hunting”). Este apartado dramático está compuesto en su mayoría por películas Oscar-bait(2) de tonos trágicos y melodramáticos, con estudiantes y docentes idealistas que con sus idas y vueltas le dan tema de conversación a montones de adultos cincuentones que hablan de cine con sus hijos(3).

Quizás la falta o menor aparición de películas dramáticas Oscar-bait situadas en colegios secundarios se deba al crecimiento del cine indie sobre secundarios, sobre el cual ya he hablado en reseñas anteriores, y que, en mi opinión, tiene su máxima expresión en “Napoleon Dynamite” y “Rushmore” (y quizás cierto espécimen prehistórico en “Dazed and Confused”, un clásico de culto(4)). Brick, la abortada reseña que no escribí, pertenece a este último subgénero(5). Por otra parte, en el nuevo milenio, se podría pensar que “Harry Potter”, uno de las sagas más recaudadoras de la historia, es en verdad una serie de high school films.

Una última variante de las películas de secundarias son las high school comedies. Las comedias con protagonistas adolescentes pueden juntarse con los musicales y las románticas, pero decidí separarlas para pensar un subgénero con características claramente diferentes. Pienso en cosas como “10 Things I Hate About You” y “Mean Girls”, la comedia favorita del internet millennial/centennial(6). La cara más visible, y quizás el mayor clásico de este tipo de cine, es “The Breakfast Club”, la famosa comedia sobre un grupo de chicos con vidas muy diferentes que son castigados y se hacen amigos en detención. Breakfast Club rivaliza con Dead Poets Society (y la filmografía de Tom Hanks) por las posibilidades que hay de que una persona de entre cuarenta y sesenta años la recomiende a un adolescente. Y, ahora voy a trasladar la narración a mi yo de quince años por un momento: ambas películas suelen resultar alienígenas cuando nuestros padres o maestros nos las proyectan con la intención de mostrarnos una historia que “refleje nuestra realidad”.

Y con esto no quiero decir que sean malas, o que no nos gusten. Breakfast Club es especialmente popular entre los jóvenes, por su estética retro (y quizás por la belleza de sus protagonistas). Pero, en verdad, si se la piensa un poco (y algo parecido sucede con Dead Poets) casi que resulta estúpida. Por empezar, admitámoslo: cualquier adolescente sabe hoy que la escena en que los chicos de Breakfast Club consumen marihuana es cualquier cosa. Sin embargo, en los ochenta, fue presentada como un evento shockeante, que retrataba un aspecto de la vida adolescente que el mainstream no estaba reconociendo. Y, además, lo hacía sin “estigmatizar”.  A partir de ahí, todo lo demás es tirar de un hilo que solo nos muestra una comedia naive con personajes hechos de plástico.

Y acá es cuando tardíamente traigo Heathers a colación. No es que Heathers sea “más real” o, como dirían los yanquis, “más relatable(7). En verdad, es todo lo contrario. Heathers es una comedia negra que encontró más éxito entre críticos adultos que entre los adolescentes a los que las high school movies están dirigidas. La película tiene como protagonista a Veronica Sawyer (Winona Ryder), una chica popular que se rodea de un grupo de chicas que se hacen llamar “Heather” (predecesoras claras de la trama de “Mean Girls”). Veronica se enamora de J.D. (Christian Slater), un “chico malo” y misterioso,  y cae en desgracia cuando se pelea con Heather Chandler (Kim Walker). J.D. manipula a Verónica para que asesine a Chandler y lo hace pasar por un suicidio. Los estudiantes de la secundaria comienzan a re-imaginar a Chandler bajo un telón romántico y la convierten en una pequeña ídola popular al mismo tiempo que comienzan una “moda” del suicidio. Pronto, J.D. y Veronica cometen otro asesinato y lo utilizan para dar un mensaje anti-homofobia. A partir de ahí, todo lleva a un final exagerado y propio de una historia pulp.

Hace unos meses, cuando se re-estreno Heathers en celebración por su aniversario treinta, se inició una polémica acerca de si era posible filmar una película así en la actualidad. Podría asegurarse, sin ninguna duda, que el “humor negro” tiene mayores posibilidades de expresión hoy que en cualquier otro momento de la historia. Sin embargo, en febrero se decidió suspender la pre-producción de una serie basada en Heathers luego de que un joven irrumpiese en una escuela de Parkland, Florida, y asesinase a diecisiete personas. Existe un fuerte miedo de los productores de que Heathers toque fibras demasiado sensibles para un público que no termina de acostumbrarse a los tiroteos masivos y que, al mismo tiempo, teme la posibilidad de que aparezcan copy-cats de los personajes de la película.

El centro de la cuestión, que se une de forma directa con la reseña de la semana pasada, es que Heathers fue estrenada diez años antes de la masacre de Columbine, tal vez la primera que dejo una fuerte impresión en la opinión pública estadounidense. Y aquí es donde la película se vuelve eminentemente contemporánea. En el hecho de que se haga difícil nombrarla (dentro del clima estadounidense, la película es mucho más inofensiva en Argentina) demuestra que tiene, desde su lugar de “comedia berreta”, muchas cosas por decir. El humor negro interpela y, cuando lo hace como Heathers, interpela inteligentemente.

Los personajes de Heathers podrán ser menos simpáticos que los de Breakfast Club y la trama compone un cuadro mucho menos realista y bastante ridículo. Pero, al mismo tiempo, me atrevería a decir que el cine le debe mucho más a Heathers que a la película de los chicos que sufren los efectos del LSD o el éxtasis cuando consumen marihuana.

Violencia escolar, homofobia, visiones románticas del suicidio, slutshaming… En verdad, pensándolo bien, Heathers puede tener mucho que ver con la realidad de las aulas argentinas. Con el costado de las aulas que quizá cueste pensar o admitir, o incluso visualizar, por lo silencioso de su existencia.

Quizás, solo quizás, el humor negro sea una gran manera de iniciar conversaciones.


(1) John Green y sus adaptaciones cinematográficas no son kitsch, al menos no intencionalmente, solo quise plantee una lectura en esos términos para tratar de hacerle un favor (y para no volver a utilizar la palabra “cursi” tan pronto en el párrafo). Una pregunta más interesante sería: ¿existe John Green? Tiendo a pensar que todos los escritores de best-sellers automáticos son fabricaciones, haya ghost-writers involucrados o no. ¿Si se escribe para una industria realmente se escribe o solo se repite una fórmula? El problema de este pensamiento es dónde se realiza el corte y se separa al escritor salido de una cinta de montaje del “escritor real y serio” al que uno puede leer gustosamente en una mesa de Puan y quedar bien. En algún sentido, grandes escritores de las últimas décadas podrían ser acusados de repetir una fórmula que los acerca al éxito de masas. Pienso en Kureishi o Murakami, por ejemplo, o en, como decía Fogwill, “García Marketing” (Márquez). Pero al mismo tiempo uno podría ver un procedimiento claramente formulaico en las propuestas de Fogwill. Ya desde el momento en que hablamos de “Fogwill” y no de Rodolfo Fogwill evidenciamos el explicito triunfo de las estrategias de marketing y la construcción de un personaje-producto al que se etiqueta como “escritor”. Y seguir tirando del hilo me pone en problemas: ¿Qué diferencia a François Furet de Howard Zinn? ¿Qué separa entonces a Foucault de, digamos, Darío Sztajnszrajber? ¿Cómo trazar una línea entre Borges y John Green? Y trayendo a Borges a colación se vuelve todo más difícil, pensando en un autor que prefería leer a Chesterton o a Kipling antes que a Proust y que se oponía a la novela como género literario, desafiando a todo un establishment creador de intelectuales-producto o “escritores serios-producto”, al mismo tiempo que es señalado desde la banquina como el principal constructor de nuestro propio establishment literario industrial (y el guardián de la puerta de entrada). Lo bueno en todo esto es que John Green es John Green y posiblemente es autor de sus libros, y que esta nota al pie fue un largo desvarío con la intención de comprobar si alguien está leyendo las notas al pie de estos artículos (no es necesario que lo hagan).  

(2) Las películas “Oscar-bait” son aquellas películas de las que se sospecha han sido producidas con el único objetivo de ganar un Premio Oscar (o galardón de talla similar)

(3) Es posible que la mejor expresión de este tipo de cine en el tercer milenio, hasta el momento, haya sido “Freedom Writers”.

(4) Un dato divertido es que “Dazed and Confused”, una película de stoners, es una de las favoritas de Quentin Tarantino.

(5) Creo que, en verdad, decidí no escribir una reseña de Brick por lo horrible que fue “The Last Jedi” (dirigida, también, por Rian Johnson)

(6) La cantidad de memes por minuto en “Mean Girls” posiblemente sólo puede rivalizar con el capítulo de la quinta temporada de los Simpsons “$pringield, Or How I Learned to Stop Worrying and Love Legalized Gambling” (sí, el de la cumbancha).

(7) Que algo sea “relatable” quiere decir que es “fácil identificarse” con ese algo.

 

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Un comentario en «“Heathers”»

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