Escenas, pensares y experiencias en el acompañamiento de Trayectorias Educativas como Psicóloga integrante de los Equipos de Orientación Escolar.
Corría fin de año, cuando, en una de las instituciones escolares en las que trabajo como integrante del Equipo de Orientación Escolar, transitábamos con mis compañeras de equipo una difícil reunión con el propósito de construir un dispositivo de acompañamiento de aquellas trayectorias educativas denominadas “en riesgo”.
“¿En riesgo de qué?”, me pregunté y les pregunté, (presa de mi vicio de andar preguntando por las palabras/significantes que cotidianamente usamos, sin ser muy conscientes de su multiplicidad de significados). Prontamente me respondieron “de abandono”, “de repitencia”…
La información brindada en forma de fríos números, me asomaba al abismo de una cifra que me dejó fuera del intercambio: eran mas de 250 estudiantes los que entraban en la supuesta categoría de “trayectoria educativa en riesgo”. El 40% de nuestros estudiantes.
Entre confundida y preocupada opiné que no eran las Trayectorias escolares las que estaban en riesgo, sino nuestros estudiantes, en tanto la Escuela como institución estatal se encuadra dentro del marco normativo que la posiciona como instrumento garante del pleno ejercicio de los derechos que les corresponden a todos los niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Este avance en la obligatoriedad de la escuela secundaria nos pone a prueba ante al desafío de enfrentar profundas transformaciones, redefiniciones de estructuras y objetivos, de tiempos y sentidos. Nos demanda nuevas miradas sobre las trayectorias escolares y los modos de sostenerlas y acompañarlas.
Corría el riesgo de quedarme paralizada y aturdida, hermanada con la imposibilidad y sin poder ver la crisis como una señal de aquello que no funciona y que invita (y obliga) a repensarnos, rearmarnos y reconstruirnos. Tomé el desafío y me dije, “es tiempo de transformación”; tal vez en un desesperado intento de sostener la esperanza y encontrar otra salida.
El trabajo transformador que la psicología educacional nos puede aportar es el de ampliar la mirada, posarla sobre las condiciones institucionales en las que transitan las trayectorias escolares: tiempos, espacios, tareas, modos de relación, formas y dispositivos de acompañamiento, propuestas pedagógicas, etc., que puedan hacer de ellas experiencias potentes y subjetivantes.
De pronto viene a mi memoria una escena: cuando los avatares de la convivencia escolar y el bochinche de los finales de año trajeron a dos estudiantes y a su profesor al espacio del Servicio de Orientación. Yo apenas tenía unos días de arribada al colegio.
Uno de aquellos estudiantes llamó especialmente mi atención: tenía la mirada hosca y desafiante, y todavía se sonreía de las tropelías que acababa de cometer. Hablaba poco. Yo preguntaba mucho; intentando, a tientas, encontrar una puerta en ese muro. Sin tener muy en claro el por qué, casi finalizando el frustrado diálogo -más parecido a un monólogo- apareció en su rostro el rictus de la angustia, inconfundible para mí, inevitable para él. Entonces lo tomé afectuosamente del brazo intentando que nuestras miradas pudieran encontrarse. ¿Estás bien? le pregunté y, sin mediar palabra, sus ojos se llenaron de lágrimas. Entonces apareció lo que yo elegí significar como una chance; “Volvé cuando quieras, me gustaría que charlemos. Este espacio de la escuela también es tuyo, tal vez juntos podamos hacer algo con eso” le dije, haciendo un ademán, refiriéndome a su rostro sufriente.
Para mi sorpresa a los pocos días volvió pero solo para preguntarme cómo me había dado cuenta, casi acusándome de brujería. Ese día sí respondió a mis preguntas pero, a cada respuesta, yo recibía una pregunta a cambio. Se trataba de una especie de negociación: si él hablaba, yo también debía hacerlo. Era una entrega pero contra reembolso: él podría confiar en mi si, de alguna manera, yo me humanizaba, me volvía real para él.
Poco a poco fuimos recorriendo su historia y su trayectoria escolar, ambas llenas de “insuficientes”. Su carpeta de trabajos estaba tan maltratada como su alma, que sufría de abandonos y abusos. Maltratado por su padre, abandonado; violentado luego por un padrastro a quien fue entregado por una madre ausente, a pesar de estar ahí mismo, donde cada golpe de puño o de palabra acontecía. Y ahí se le desgarró el alma, y la inocencia, y me confesó que a veces fantaseaba con matarlos. “Soy malo”, pensaba, “Un demonio”.
Me pregunté entonces: “¿qué lugar para la trayectoria escolar cuando la historia vital arrasa como la ola de una creciente?, ¿qué es lo que está en riesgo: la trayectoria escolar o la trayectoria de vida?”.
Creo que el sólo hecho de la existencia de la categoría “trayectoria escolar en riesgo” aparece como síntoma manifiesto de la “enfermedad” del sistema educativo. Síntoma que, como tal, posee el valor de un mensaje. Y esto amerita que nos preguntemos por cada una de esas trayectorias escolares en riesgo. Detrás de cada una lo que se observa es el desamparo diario. No se trata de trayectorias escolares sin de trayectorias vitales que suponen nuevas formas de abordaje que implican que nos transformemos.
Un día, F confesó que quería morirse. Para sorpresa de unos cuantos eligió a la Profesora B para contárselo, a quien él llamaba su “enemiga”. Lejos de adoptar la posición que F hubiera esperado, B hizo lugar a sus palabras. Alojó su sufrimiento, tomándose el mismo tiempo que utilizaba para perseguir incansable e inquebrantablemente la ejecución de la tarea escolar, para ponerse al servicio del amparo.
Tiempo después, ya abordada la situación de riesgo, la profesora B me preguntó emocionada: “¿por qué habló conmigo?. Siempre nos llevamos tan mal”. Le contesté: “Porque nunca dejaste de hacerle saber que te importaba. Nunca dejaste de registrarlo”. Eso es hacer lugar al otro como sujeto, eso es amparar.
Los adultos que habitamos las escuelas jugamos un rol estratégico como mediadores de la cultura: así como los chicos no pueden procurarse solos el alimento cuando nacen, tampoco pueden procurarse solos los significados, y más aún cuando la realidad a significar se ubica casi en los confines de la racionalidad. Somos ese recurso que da sentido, “función de velamiento”, ayudantes constructores de esa distancia necesaria con los hechos, que permite aproximarse a ellos de a poco, en cuotas, sin ser arrasados, subjetivándose, erigiéndose como sujeto activo frente a las circunstancias, construyendo la ilusión de un proyecto que posibilite mitigar el sinsentido.
Y así, para muchos de los que trabajamos en educación, irrumpe lo inesperado en nuestra tarea educadora, produciéndonos asombro, perplejidad, sufrimiento y la sensación de desconcierto frente a realidades que no terminamos de tramitar, intentando incansablemente de dar sentido a aquello que se ubica en los confines de la realidad, poniendo un velo de significaciones a esa realidad inexplicable del abandono parental, estatal, social o como nos parezca que debamos denominarlo.
¿Cuál es el sentido de la escuela, mi escuela, tu escuela?, habitada por estudiantes que no estudian y por educadores que vemos complejizada nuestra labor de educar. Resulta inevitable caer en el sinsentido y la desorientación. En este contexto, podemos sumirnos en la desesperanza o ver una oportunidad transformadora.
Desde mi labor diaria como Psicóloga de los Equipos de Orientación Escolar, me preocupa abordar aquello que otras instituciones dejaron de sostener, producto del debilitamiento del tejido y el lazo social. A los adultos de la escuela nos cabe el ejercicio de ser mediadores de la realidad, mediación armada con platos de comida, una mirada atenta o una oreja disponible; con historias de novelas o de mitología griega, con números, fórmulas, trazos artísticos o melodías y canciones que posibilitan la construcción de otros significados, diferentes de aquellos que irrumpen anárquica y despiadada.
Esta es solo una invitación: a aprovechar estos espacios que nos convocan como adultos-educadores; para pensar y pensarnos colectivamente en estos tiempos de crisis, y, desde allí, aceptar juntos el desafío de transformarnos para que los chicos puedan escribir una historia diferente de la vivida, una historia de la que tengan ganas y deseos de apropiarse.
Dedicado a la memoria de Martín, “el Negro”, quien, desde donde esté, me motiva para seguir siendo una “buscadora” incansable.
Muy lindo articulo Comprometido realista!!! espero lo lean muchos maestros y lo discutan y circulen
Gracias Natalia. Profesora B.
Estoy terminando de leer y es realmente tan conmovedor como real, tanto que te eriza la piel, solo empatizar con el sentido mensaje amor y respeto, aun lugar indispensable en la educación como lo es el servicio de orientación. Gracias !