por gastón sprejer (staff)

En el libro Principios de Filosofía (2015) frente a la pregunta “¿para qué sirve la filosofía?” el profesor Carpio escribe que la filosofía es inútil, ya que no sirve para nada. Pero aclara que esta no es una descalificación, sino todo lo contrario. Porque lo útil, lo que sirve para algo, no tiene un valor en sí mismo, sino que lo adquiere por la cosa para la que sirve. Y la filosofía tiene un valor en sí mismo. Por el contrario, lo que solo vale como medio para alcanzar un fin no tiene valor absoluto. Entonces, si algo vale no puede ser un medio, sino que debe ser un fin.

Ahora bien, ¿se puede pensar a la filosofía como un medio? ¿Puede ser considerada como algo útil? ¿Qué se entiende por “útil” y por “inútil”?

Es posible distinguir diferentes maneras de entender lo “útil”. Lo útil puede estar vinculado con la promesa de ganancia, de acumulación progresiva, de posibilidad de lucro. Pero también lo útil puede estar relacionado con lo productivo, no desde el punto de vista mercantil, sino en el sentido elogioso del término. Es decir, celebrando que algo sirve, que deja una huella, que modifica a algo o a alguien. Gabriela Mistral en su poema El Placer de Servir parecería estar de acuerdo con esta segunda noción:

Toda la naturaleza es un anhelo de servicio; sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar,
enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú
.

La autora reivindica lo que sirve y lo que colabora en alguna causa. Servir es una acción que da alegría y placer. Ahora bien, si se elige la segunda opción para pensar a la filosofía, ya no se la entiende como el estudio de los primeros principios ni como un fin en sí mismo, sino como impregnada de lo cotidiano y manchada de presente. Se la concibe como un medio, un medio para transformar, pero no solo desde el pensamiento sino que también desde la acción.

En una nota(1) publicada en el diario Página 12, Blas Radi sentencia: “la filosofía puede ser un fin en sí mismo sólo cuando tenés todas tus necesidades cubiertas”. Por su parte, sostiene que reivindicar la inutilidad de la filosofía como proyecto emancipatorio es una expresión de privilegio. En esta misma línea, Berttolini (2008) afirma que el presente interpela a la filosofìa con urgencias impostergables. No es tiempo de pensar a la filosofìa de manera aislada y encerrada en sus conceptos sino que es momento de contaminarla con lo cotidiano y de ensuciarla de otros discursos, como el histórico, el político y el literario (p. 503). Es tiempo de que la filosofía salga de su solemnidad y pureza, y que se contamine del padecimiento y de la desesperanza.

Schkolnik (2012) sostiene que una de las condiciones de pertenencia a la comunidad filosófica es renunciar a hablar del mundo. Es decir, uno es bienvenido a la comunidad si no habla de lo que se extiende más allá del territorio de los conceptos de algún reconocido autor (p. 14). Por su parte, explica que la actividad de los catedráticos se reduce al mundo de los libros y se aleja de lo que pasa por fuera de las paredes de las aulas. Al mismo tiempo, los estudiantes no esperan de sus maestros más que la guía de la mejor lectura de un texto. Parecería que, entonces, la filosofía se reduce a repetir textos, memorizar conceptos alejados de la realidad y saber a la perfección qué dijo otro. En este marco ¿qué lugar queda para la pregunta filosófica? ¿qué posibilidades hay para que surja la incertidumbre y la angustia de un cuestionamiento?   

Sin embargo, la filosofía no puede ser una disciplina que solamente implique repetir y memorizar. No puede ser simplemente concebida como un fin en sí mismo y como un saber inútil. La filosofía debe servir para que cada sujeto deconstruya su subjetividad y cuestione lo que se ha caracterizado como natural, para luego recontruirla. La filosofía debe servir para inspirar a problematizar la realidad entendiendo que puede ser de otra manera, a entrenar el ojo en la lectura de noticias que circulan en los medios de comunicación y a no caer en el discurso de las verdades absolutas e indiscutibles. En esta línea, Puleo (2012) sostiene que nunca es tan apasionante el estudio de los textos filosóficos como cuando nos hablan de nuestro presente (p. 91). 

La filosofía no puede ser una disciplina que solamente implique repetir y memorizar.

Dussel (2005) realiza una relectura del pensamiento de Michel Foucault en la que expresa que él siempre fue un crítico de los intelectuales y de su pretensión de distanciamiento. Para él, las ciencias sociales modernas han servido para instalar discursos de verdad sobre los seres humanos. Por ello, reivindica el arte de la crítica, como un desafío y oposición a las tendencias universalistas. La crítica es una actitud política y moral, es una manera de pensar que implica no ser gobernado. Es una actividad que no es neutral, ya que no es posible no tomar partido por una posición. La crítica es un movimiento de subversión a una verdad instituida. A partir de este análisis, Dussel concluye que no podemos dormirnos en las certezas ni hacer ejercicios críticos que se repiten a sí mismos y que ya no dicen nada. Pensar la escuela y el poder después de Foucault es animarse a ver qué hay de nuevo, qué se puede tomar de sus ideas para pensar el presente (p. 189-191).   

Ahora bien, ¿qué mejor forma de que “sirva” la filosofía que al interior de las escuelas o universidades? ¿Qué mejor manera de pensarla que dentro del aula? O mejor, si no es en los espacios educativos ¿dónde podría ser tan útil? La filosofía no puede separarse de lo pedagógico, ya que en todo acto filosófico hay alguien (o algo que enseña) y alguien que aprende. La filosofía no puede pensarse separada de la educación. La filosofìa debe enseñarse en las aulas para construir ciudadanos libres. Pero no libres desde un punto de vista jurídico, sino libres porque cuestionan y problematizan lo que se les dice. Libertad de elegir, de actuar y de ser. La filosofìa no sirve si se queda en los textos y en los conceptos; sirve si permite que el alumno (y el docente) se mueva de su lugar, cómodo, para abrirse al camino de las preguntas, sirve si se aplica el arte de la crítica foucaultiano. La filosofía debe servir y debe ser útil para transformar la realidad. 

La filosofía no puede separarse de lo pedagógico, ya que en todo acto filosófico hay alguien (o algo que enseña) y alguien que aprende.

En la visión “bancaria” de la educación, el saber y el conocimiento son una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes. El educador será siempre el que sabe y el alumno el que no. La rigidez de esta posición niega la educación como un proceso de búsqueda. Freire (2015) indica que se debe superar la contradicción educador-educando. Su pedagogía liberadora propone que alumnos y maestros inicien juntos, como oprimidos, la tarea de liberarse a sí mismos apropiándose del mundo que los rodea. Desde esta línea, tanto el docente como el alumno reflexionarán y harán juntos filosofía. 

No se trata de que los educandos sepan de memoria qué es una Idea para Platón, ni las seis Meditaciones Metafísicas desde una concepción bancaria de la educación. Se trata de que los conceptos transformen tanto al docente como al alumno, que se los apropien. El acto de dar clases interpela a los profesores en sus conocimientos y los pone en el desafío de tener que deconstruir sus saberes y reformularlos. El acontecimiento filosófico ocurre en el aula cuando hay reflexión, crítica y debate sobre los temas propuestos por el docente o cuando entre todos elaboran una nueva posición. Freire sostiene que no existe otro camino que no sea el de la práctica de la pedagogía liberadora, en que el liderazgo revolucionario, en vez de sobreponerse a los oprimidos, establece con ellos una relación permanente de diálogo (p. 71).

El acontecimiento filosófico ocurre en el aula cuando hay reflexión, crítica y debate sobre los temas propuestos por el docente o cuando entre todos elaboran una nueva posición.

 La posición de Schkolnik (2012) podría resumir perfectamente todas estas ideas. Él sostiene que tomar en serio la filosofía quiere decir esperar de ella algún hallazgo. Y, aunque ese hallazgo no ocurra, esa actitud habrá generado por lo menos que el filósofo no se detenga en los textos canonizados. Los eruditos, por el contrario, sin interrogar al mundo, solamente recorren los textos, “para ellos, no son un medio, sino un fin autónomo” (p. 18).  

En resumen, se expusieron dos formas de entender a la filosofía. Por un lado, la filosofía como un saber en sí mismo que, como tiene valor propio, es un saber inútil. Por otro lado, la disciplina filosófica entendida como un medio, un medio para transformar, pero no solo desde el pensamiento sino también desde la acción. Desde esta segunda postura, la filosofía se vincula con el presente y con otros discursos; como la literatura, la historia y la política. 

Ahora bien, esta dicotomía también se traduce en los espacios educativos. Ya que, si la filosofía es un fin en sí mismo y se la entiende de manera aislada y encerrada en sus conceptos, el estudio de la misma implica asumir una concepción bancaria de la educación, en la que el aprendizaje es meramente saber qué dijo otro. En cambio, si el docente ya no la entiende como el estudio de los primeros principios ni como un fin en sí mismo, sino como una disciplina que problematiza al presente, construirá junto con sus alumnos un nuevo camino de preguntas liberadoras. 

La filosofía debe servir y debe ser un medio para transformar los conceptos, transformar al otro, transformar al mundo y transformarse a uno mismo.   


(1) https://www.pagina12.com.ar/150835-hemos-repetido-hasta-el-cansancio-que-el-genero-es-una-const?fbclid=IwAR22piHutY5vdI-YnAwEk3_GuA8mZrKm2XW1GAHtbsKJxM3Lc2di5Qhvo4E


Bibliografía

BERTTOLINI, M. (2008) “La educación filosófica como dispositivo de resistencia”, en GRAU, O. y BONZI, P. (EDITS.), Grafías filosóficas. Problemas actuales de la filosofía y su enseñanza, Santiago de Chile.

CARPIO, A. (2015) Principios de filosofía, Buenos Aires: Paidós.

DUSSEL, I. (2005) “Pensar la escuela y el poder después de Foucault”. En: FRIGERIO, G. Y DIKER, G. (COMPS.), Educar: ese acto político, Del Estante: Buenos Aires.

FREIRE, P. (2015) Pedagogía del oprimido, Buenos Aires: Siglo Veintiuno. 

PULEO, A. (2012)  “La filosofía como cuestionamiento de la vida cotidiana”, en SPADARO, M. (COMP.) (2012), Enseñar filosofía, La Plata: Edulp.

SCHKOLNIK, S (2012) “El mundo, la filosofía y las instituciones”, En: ZAVADIVKER, N. y ZAVADIVKER, N. (COMPS.), El legado filosófico de Samuel Schkolnik, Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán.

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