por Gastón Sprejer (staff)
“Hoy tenemos escuelas del siglo 19, maestros del siglo 20 y alumnos del siglo 21”, “La escuela ya no sirve, la transmisión ya no sirve”, “El rol del docente tal como lo conocíamos ya no sirve más”, “La escuela no es el único lugar de la educación ni, quizás, el más adecuado”: ¿cuántas veces escuchamos frases como estas? El fin de la escuela fue anunciado muchas veces, sin embargo aquí estamos. ¿Por qué, a pesar de todo, la escuela persiste?
En las últimas décadas los problemas vinculados a la adolescencia, la disolución de la familia tradicional y los conflictos sociales asociados con el fuerte crecimiento de la pobreza entraron en los colegios. Las escuelas se vieron forzadas a resolver cuestiones para las que, aparentemente, no estaban preparadas. A todo esto, hoy se suma una pandemia que impide el desarrollo de clases presenciales, que profundiza las desigualdades sociales preexistentes, dejando a muchos niños/as fuera del sistema y que, para lograr la continuidad de las actividades pedagógicas, obliga a que se repiensen los medios y las estrategias de enseñanza. A pesar de todo ello la escuela persiste, resiste y se sostiene.
La crítica a la escuela se convirtió en un lugar común. En todos lados escuchamos a personas que opinan contra la escuela. El desafío entonces está en valorar lo positivo, en pensar a favor, decir lo que nos gusta. Eso no significa afirmar que la escuela no debe cambiar, ni que no se deben repensar las prácticas. Simplemente, en este caso nos proponemos dejar de lado ese debate para pensar qué tiene de bueno.
Para ello, tomaremos en primer lugar una reflexión de Cullen (2016) sobre la dignidad de la escuela. La dignidad de la escuela está dada por la misma tarea que la identifica: reconocer la dignidad de los seres humanos, precisamente porque educa, transmite conocimiento crítico, los valores de la ciudadanía reflexiva y la esperanza. Puntualmente, la escuela es el lugar de la esperanza. La esperanza tiene que ver con una alternativa posible, con una utopía realizable, con un sueño. Por eso nos gusta la escuela, porque ahí se “teje” la esperanza, se siembran nuevos futuros posibles. Cullen toma de Platón la metáfora del telar para expresar que la educación es como el arte del tejido, porque nunca se deja que se establezca el divorcio entre los diversos elementos. En la escuela se trata de aprender a “tejer” la esperanza con los hilos de la verdad y la justicia.
En estos tiempos reconfirmamos que la escuela no implica necesariamente un espacio físico determinado, no implica algo que ocurre dentro de cuatro paredes, sino que la escuela se hace. Los docentes y los alumnos todos los días hacen la escuela. En una conferencia, Dussel (2020) expresa que la escuela consiste en un espacio y un tiempo, no necesariamente dentro de un edificio con el nombre “escuela”. Por el contrario, se trata de un espacio y un tiempo para pensar, que se organiza en torno a una actividad y que se desarrolla en un diálogo intergeneracional. Es una conversación que involucra a más de una generación, aunque no necesariamente de manera física: puede ser a través de libros y textos.
En una línea parecida, Larrosa (2019) retoma las palabras de Rancière sobre el concepto antiguo de schole (1) y afirma que la escuela implica una separación temporal y espacial: la escuela consiste en un lugar en el que hay tiempo para leer, para escribir, para hablar y pensar. También la escuela da espacio, un espacio separado en el que se hacen cierto tipo de actividades y en el que se tiene tiempo libre para el estudio. “Espacio” tiene que ver con separación, con un intervalo entre un momento y otro. Entonces, la escuela sería una espacialización de tiempo libre, donde los niños y jóvenes se encuentran despojados de la lógica de la producción y del consumo.
En la metáfora del tejido, la escuela y los docentes cumplen la función de sostener. Retomando a Arendt, Larrosa (2019) explica que en la escuela está en juego nada más y nada menos que la salvación del mundo. No la transformación, sino la salvación del mundo porque impide que el mundo se deshaga. ¿Y cómo es posible esa salvación? entregándoles el mundo a los nuevos, a los que vienen, para su cuidado y su renovación. La escuela está para el mundo, para que los niños y jóvenes se interesen por el mundo, para que lo cuiden y lo renueven. En otras palabras, la escuela es el espacio en el que el mundo se conserva y a la vez se renueva.
Hoy en día estas definiciones toman más fuerza. La escuela es el momento del día en el que los docentes y los alumnos se distraen de todo lo que está pasando afuera. La clase los aleja de las malas noticias y les permite distenderse, tomar aire. Asimismo la tarea docente toma una mayor potencia, ya que en cada actividad y en cada propuesta se está “tejiendo” esperanza y se está sosteniendo el lazo social en medio de una pandemia. Estos tiempos nos permiten valorar lo que pasa en la escuela, nos dan la oportunidad de que se reconozca lo valioso y lo importante de la tarea docente. El docente “teje” a través del conocimiento, de las actividades y de cada una de las propuestas, tratando de que nadie quede afuera del tejido. Teje manualmente, despacio, atento a cada uno de los puntos y uniendolos bien fuerte. Obviamente sería más fácil hacerlo con alguna máquina que lo haga todo más rápido y homogéneo. Pero no, el docente teje con aguja porque está atento a cada movimiento, a cada hilo, a cada punto, a cada individualidad. Teje con compromiso por lo que se está haciendo y teje con dedicación.
En fin, ¿por qué nos gusta la escuela? Nos gusta porque es ese espacio y tiempo que le abre el mundo a las nuevas generaciones. Nos gusta porque los docentes son los tejedores que se preocupan por el saber de los otros y tratan de mantener a los alumnos dentro del tejido. Por último, nos gusta porque gracias a la escuela y a sus docentes el mundo es un lugar menos injusto.
(1) El sustantivo σχολη’ (scholé) significa tiempo libre, descanso, vacación, paz, tranquilidad y ocio. Se utiliza para hablar del estudio y la escuela, ya que estudiar y aprender es lo que se hace en el momento de la σχολη’ (scholé) del tiempo libre.
Bibliografía
CULLEN, C. (2016). “La escuela como telar de la esperanza” en Perfiles Ético-Políticos de la educación, Paidós, Buenos Aires
DUSSEL, Inés (2020). “El sentido de la escuela”, Fundación Santillana, recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=-VideYQWzbQ&t=3083s
LARROSA, J (2019). Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio del profesor. Novedades Educativas, Buenos Aires