Pablo Américo
Staff editorial

Por Pablo Américo

¿Qué es el terrorismo?

Título Original: Elephant

Título Castellano: Elefante

Estreno: 24 de octubre del 2003 (USA)

Director: Gus Van Sant

Guión: Gus Van Sant

País de Origen: USA

Clasificación: M16

Duración: 81 minutos

La idea original para esta semana era escribir un artículo sobre “La Noche de los Lápices” (1986), para hacer alusión tanto a los hechos de terrorismo de Estado ocurridos el 16 de septiembre de 1976 como a una fecha más inocente: el día del estudiante. Creyendo que era demasiado obvio decidí cambiar la reseña por un breve artículo sobre “Elephant”, la infame película de Gus Van Sant inspirada en la masacre de Columbine, en la que dos jóvenes de dieciocho años asesinaron a trece personas (e hirieron a más de una veintena) en un colegio secundario de Colorado (USA).

En algún sentido invertí la ecuación, pasando de una historia sobre el efecto del terrorismo de Estado sobre un grupo de chicos a una película sobre chicos que, quizás por efecto de su entorno social, se transforman en terroristas (1). Y el uso de la palabra “terrorista” es el punto principal de este texto, aludiendo a una re-lectura de este tipo de eventos que ha surgido en los últimos años en USA y que, aunque en cierto sentido pueda parecer ajena a las problemáticas argentinas (y realmente espero que permanezca como algo ajeno a nuestra realidad), sirve como puntapié para todo tipo de reflexiones.

En una breve hora y veinte, marcada por el tenso soundtrack ejecutado en piano y las escenas que dan una sensación de disociación, haciendo uso excesivo de tracking shots que muestran a los personajes desde sus espaldas (2) y escenas en trescientos sesenta grados de los interiores de la escuela, Gus Van Sant construye un tenso largometraje en el que buena parte de la historia muestra a los habitantes de un colegio secundario norteamericano, hasta que en los últimos veinte minutos se transforma en una película de terror (3). La película fue producida por HBO y la mayoría de las copias están presentadas en un aspect ratio 4:3 propio de los televisores de principios del milenio, lo que le dará un aire retro a cualquier reproducción actual. El guión de la película fue improvisado durante la filmación, lo que quizá explica la narración poco convencional que nos sumerge en un mundo de trastornos alimenticios, bullying, homofobia y suburbios norteamericanos. Más allá de la historia sobre un school shooting, la película desarrolla una visión sombría del ecosistema escolar norteamericano en una comunidad predominantemente blanca y de clase media. El clima es de pesadilla.

Hasta hace unos años lo más común era leer este tipo de eventos bajo la mirada del síndrome Amok (4) o bajo la mirada cliché (con elementos posiblemente ciertos) de que los jóvenes asesinos en verdad eran víctima y expresión de un sistema perverso. Incluso es común, al día de hoy y sobre todo en internet, encontrar círculos de fans que romantizan las figuras trágicas de los atacantes (5). Vale aclarar que no es el caso de esta película, que a través de la violencia cruda e insensible deja un mensaje claro de anti-violencia. Es en la total falta de sentido de los actos mostrados donde se encuentra la evidencia de esta postura del director.

La película ofrece brevemente la obsesión por el nazismo y el uso excesivo de videojuegos como posibles causas del desborde asesino, meticulosamente planificado, de Alex y Eric. Incluso ofrece una serie de point of view shots idénticos a un videojuego de tiros en primera persona para mostrar a los personajes asesinando gente en el colegio. Pero detrás de estas paranoias de principios de milenio yace una verdad propia de nuestra década: la mayoría de los asesinatos en masa en Estados Unidos (6) fueron perpetrados por hombres blancos (7).

Esto dispara todo tipo de interpretaciones. La primera visión, que The New York Times ha esgrimido en un publicitado artículo de principios de este año (8), sostendría que en verdad es lógico que la mayoría de los atacantes sean blancos (la mayoría de los estadounidenses lo son) y que en cualquier caso se encuentran sub-representados con respecto a otros grupos étnicos. Esto no explicaría por qué son todos hombres (9) y por qué la imagen clásica del tirador es la de un hombre blanco.

Para mí la respuesta es fácil: el tirador no-blanco es un terrorista, el tirador blanco es un hombre desequilibrado. El atacante blanco cae en la categoría perturbadora de alguien que es parte pero que al mismo tiempo ha quedado fuera de la razón social a la que debería pertenecer. El atacante blanco es, en definitiva, un loco. Un loco a la “manera moderna” que define Foucault, según el cual “la amenaza de la locura para el hombre moderno consiste en el retorno al mundo sombrío de las bestias y de las cosas, con su libertad impedida”. Y este punto, el de la libertad impedida, es parte crucial del evento, puesto que explica el por qué se abre la posible visión romántica o trágica del atacante. Y también, el punto sobre el retorno a lo bestial explica el momento simbólico en que se sacrifica al atacante, cuando la policía lo reduce a tiros, dándole muerte al perro rabioso.

¿Y qué pasa si el atacante es un negro o un musulmán? Seguramente haya alguna manera de asociarlo a ISIS o a un grupo terrorista similar. Mientras tanto, las asociaciones con grupos neonazis, el Ku Klux Klan o los incels (10) no son consideradas suficientes para calificar a un atacante blanco de terrorista. ¿Y si un latino mata a gente? Seguro ha de tener algo que ver con los carteles. No nos olvidemos de que somos uno de los grupos más postergados en la idílica sociedad segregada norteamericana. En resumidas cuentas, el problema se convierte en una versión extremista de la típica imagen de la inmigrante blanca y la refugiada negra.

Viendo “Elephant” uno tiene la constante sensación de que Alex y Eric solo se convierten en terroristas por mera coincidencia, puesto que la mayoría de los jóvenes que aparecen en la película podrían pensarse como potenciales atacantes suicidas.

Hay algo roto en la sociedad norteamericana, y los mass shootings son solo la punta del iceberg.


(1) La semana que viene continuaré con otra película “atípica” sobre estudiantes de secundaria, en una suerte de “duología” que concebí como celebración morbosa del día del estudiante.

(2) Estos planos son bastante poco comunes (al menos en un uso tan intenso) y nos hacen sentir intrusos en una tragedia que no nos corresponde.

(3)  El uso de la violencia es controversial y la atmósfera es ciertamente repugnante, por lo que es obvio que no podría pasarse este film en un colegio o utilizarlo como material didáctico (la intención original de esta sección era pensar películas para uso en el colegio y vengo fallando). Aunque, por otro lado, “Elephant” suele ser mostrada en secundarias estadounidenses (donde la temática de los school shootings es mucho más relevante).

(4) El Síndrome Amok es un “síndrome” (generalmente atribuido a causas culturales externas) caracterizado por los ataques de individuos que proceden a agredir y asesinar a todo quien se cruzan hasta que se suicidan (o son cuidadosamente baleados por las fuerzas de seguridad). Es también una canción del Indio Solari (“Amok! Amok!”).

(5) De manera similar a esos hombres paquidermos que adoran a Ricardo Barrera.

(6) Una verdadera epidemia, que encontró su mayor pico histórico el año pasado, cuando cincuenta y ocho personas fueron asesinadas a tiros en Las Vegas.

(7) Hice uso de la siguiente estadística: https://www.statista.com/statistics/476456/mass-shootings-in-the-us-by-shooter-s-race/. Hay montones de artículos en la web al respecto.

(8) El artículo del que hablo es “Mass shooters are all different. Except for one thing: Most are men” (https://www.nytimes.com/2018/02/17/us/mass-murderers.html). Fue publicado el 17 de febrero del 2018 y rápidamente descarta la hipótesis del atacante blanco para centrarse en el hecho de que la mayoría de los atacantes sean masculinos.

(9) El debate mucho más interesante en que podemos entrar es por qué la mayoría de los asesinos son hombres, incluyendo delitos por robo. De ahí podemos partir a discusiones sobre la sociedad patriarcal, sobre la subjetivación de los hombres como “seres violentos” e incluso sobre una posible división del trabajo sexual en lo que atañe a la delincuencia. Y, por qué no, releer todo “Elephant” en clave de masculinidad tóxica (de la misma manera en que se releen todo tipo de obras sobre la violencia en claves similares).

(10) Los incels son una subcultura online, compuesta de hombres blancos heterosexuales que se consideran incapaces de conseguir una pareja (mujer) y por lo tanto sostienen que tienen “derecho” a violar o ser proporcionados de una pareja, en un giro que está entre algo propio de una novela de Houellebecq o algo más bien salido de la distopia de Margaret Atwood. Tras el ataque de Elliot Rodger, un hombre incel que asesinó a seis personas e hirió a una quincena en mayo del 2014 en California, al menos otros cinco ataques han sido reivindicados por sus perpetradores como propios de la cultura incel. Pero no, no son terroristas si no usan turbante.

Bibliografía

FOUCAULT, Michel (2012). “Historia de la Locura en la Época Clásica, Tomo I”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

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